domingo, 30 de octubre de 2011

Carlos

Carlos no vino en un barco de nombre extranjero ni le encontré en el puerto un amanecer cuando el blanco faro sobre los veleros su beso de plata dejaba caer. Vino en coche, que por cierto, le rayaron aparcado delante de mi casa. Carlos es el nombre del hombre que me va a hacer la reforma y el cual estoy a punto de tatuarme, no sé muy bien donde aún, porque  los tatus son para toda la vida y hay que pensarse muy bien el sitio. Imaginad que como Melanie, me lo tatúo en el brazo. No quiero ni pensar el número de explicaciones a mis futuros amantes, novios, maridos, etc. Porque tatuarse el nombre de un lover, a lo Johnny Deep con Winona vale, pero… “Cariño, ¿quién es Carlos? Es mi reformista. Si me empiezas mintiendo… “ 

Como ya sabéis, mi apartamento no llega a los 50 metros cuadrados. Carlos estuvo en mi casa tres horas. Un misterio aún sin respuesta. Lo miró todo y cuando digo todo, es todo. Descubrió rincones inhóspitos de mi hogar como lo que se esconde detrás de la campana: fauna y flora, los diminutos que nadie sabe donde están, yo sí, detrás de mi rodapié, y también resolvió el misterio de las paredes negras del salón.  Ni Iker Jiménez, con su nave del misterio, había logrado solucionarlo. No es que nosotros seamos una familia guarruzca que no pinta nunca y que tiene las paredes color sobaco de grillo, es que tenemos una rejilla abierta que da a la cámara de aire que conecta directamente con la junta del cigüeñal del alerón trasero que hace que toda la polución se nos cuele por la fachada y nos ponga las paredes negras. Hombre, por favor, esto hay que solucionarlo. ¿Cómo hemos podido vivir así durante tanto tiempo? 

Carlos me dijo las verdades a la cara: que mis paredes de pladur no van a aguantar el peso de los muebles que quiero colgar en el salón, que tengo que bajar los techos para poder poner las luces tal y como me gustan, que el reformista número uno me quería cobrar por conceptos que no proceden…  Una cosa es que pague por un café con leche cuatro euros en Starbucks, que lo hago conscientemente y otra que me guste que me engañen sin enterarme. 

Después de tres horas mirando allí y allá, midiendo, apuntando, bebiendo una coca cola rancia que tenía mi hermana en la nevera, tanteando paredes, golpeando suelos, haciendo cuentas y riéndome las gracias, que para eso le voy a contratar, Carlos se fue. 

La vida siguió su curso y un buen día llegó el presupuesto. Bastante ajustado pero por encima de mis posibilidades. En momentos como este, cuando sabes que el precio es justo pero no te llega, reparas en los pares de zapatos que acumulas en el armario, en la colección de bolsos, en los viajes, las cenas, los taxis… pero… te arrepientes? No!! A veces, la inconsciencia es muy sana y evita muchos remordimientos.

Ya le he dicho a Carlos que sí, quiero. Sí, quiero alisar las paredes y pintarlas de colores. Sí, quiero pulir el suelo. Sí, quiero plato de ducha de pizarra. Sí, quiero puertas blancas. Y sí, quiero que todos vengáis a verlo cuando lo termine, pero si venís en verano, traeros abanico porque de lo hemos tenido que prescindir es del aire acondicionado. No os preocupeis que seguro que alguna coca cola rancia me queda en la nevera para ofreceros.